Desde hace algún tiempo tengo la terrible sensación de que escuela y familias reman en direcciones contrarias. Recuerdo cuando hace unos años los informativos estaban repletos de noticias de adolescentes agrediendo físicamente a profesores en el pasillo del instituto. Imágenes impactantes ante las que el gobierno tuvo que adoptar medidas legislativas para proteger al colectivo que estaba siendo asediado por menores de edad. Parece que la historia avanza para mal. En el siglo pasado, donde crecimos muchos de nosotros, la figura del profesor era respetada y admirada. Incluso, para nuestros abuelos, la figura del profesor era la más importante del pueblo, junto con el cura, el médico y el alcalde. Bueno, realmente no eran profesores, eran Maestros, que no es lo mismo y de los que ya no quedan.
Actualmente la reputación de esta profesión está en tela de juicio constantemente. Las familias cuyos hijos están fuera de la media (niños con necesidades específicas de aprendizaje, con altas capacidades, con alguna clase de discapacidad física o psíquica…) no encuentran personal docente capacitado para atender las necesidades de sus hijos, y por ello tienen que asimilar comentarios como “hazte a la idea de que tu niño va a repetir curso”, dicho tras recibir las notas de la primera evaluación. La pregunta es ¿si todavía falta dos tercios del curso, se va a tirar la toalla con mi hijo?. En Psicología lo llamamos Profecía Autocumplida, si crees que el niño no va a adquirir los objetivos del curso, lo más probable es que no los cumpla, y parte de ello está en el ojo que buscará aquellos elementos en el menor que certifiquen que su hipótesis es la correcta (no alcanza los objetivos) e inconscientemente dejará de percibir los avances que el niño pueda llegar a hacer. Esto convierte a padres y profesores en enemigos, donde cada uno intentará defender su posición y echará la culpa de todo al otro en vez de remar en la misma dirección por el supremo bien del menor.
Dejemos una cosa bien clara, todos los niños tienen derecho a ser tratados según sus necesidades educativas, esté en un centro público, privado o concertado y esto los profesores lo saben porque así lo establece la ley. Pero…. y siempre existe un pero…los profesores también son víctimas de todo esto. La formación que reciben no siempre es la adecuada para poder tratar con niños que tienen diferentes diagnósticos. Los temarios que estudian no los preparan adecuadamente para lo que más tarde se encontrarán día a día. Las aulas están compuestas por alumnos que tienen que ser atendidos, muchos de ellos, de manera individualizada (porque tienen derecho a ello), pero ellos no tienen tiempo y están presionados por un temario que cumplir, por unos objetivos que no pueden olvidar porque su trabajo será valorado por ello y no por utilizar un método pedagógico más motivante o hacer crecer a sus pupilos como personas más civilizadas e inteligentes emocionalmente (”no están para educar, sino para asegurarse de que los niños memorizan y asimilan información”).
Así que ahora tenemos a profesores que ya no disfrutan de su trabajo, que se levantan cada mañana con una sensación de angustia que hace que las bajas por ansiedad y depresión crezcan cada vez más, lo que sigue complicando el tema puesto que el sustituto no sabe cuánto tiempo estará y su trabajo será cumplir temario, sin tiempo para descubrir las necesidades de cada alumno. Eso siempre que tengamos la suerte de tener un sustituto. Si quieren hacer su trabajo con un mínimo de calidad deben buscarse ellos la formación, pagarla de su bolsillo y destinar parte de su tiempo libre a formarse ¿lo harías tú por tu trabajo actual?
El problema es real y debemos ser conscientes de él para poder ponerle remedio. No busquemos culpables, busquemos soluciones. Padres y madres deberían participar más en las ANPAS, su principal órgano de representación, y desde ahí luchar conjuntamente por los derechos de sus hijos e hijas, sin entrar en confrontaciones sin sentido con el profesorado que en ocasiones traspasa la barrera de lo profesional. Por su parte, los profesores deberían ser en ocasiones más empáticos y ponerse en la piel del padre/madre preocupado/a que solicita reuniones para intentar que su hijo sea atendido según sus necesidades y no hacerles sentir como un “histérico/a que cree que su hijo es el único alumno/a del colegio”.
Unámonos todos y rememos en la misma dirección porque si no el futuro será muy incierto y con tintes nada positivos.